viernes, 27 de septiembre de 2019

Relatos censurados : La venganza de Eva

No todos los relatos que escribo son aceptados por las webs especializadas que habitualmente sí me los publican. En algunos casos los rechazan porque son demasiado pornográficos. Es lo que le ha ocurrido a "La venganza de Eva".  Voy a ir publicándolo a capítulos en mi propio blog para que lo disfrutéis ! *

* sólo si os gusta, comentadlo si es así para que vaya publicando el resto !!!!

LA VENGANZA DE EVA


De pequeña era una monada, con la cara llena de pecas, el cabello largo recogido en dos moños grandes y unos ojos grandes como platos. Aparte de mis atributos físicos era lístísima, pero no una inteligencia de libros y estudios, más bien una inteligencia espabilada, como la que tienen los brokers de Bolsa, los presidentes de equipos de fútbol y la langosta que asola el Sahel cuando grana la única cosecha buena que han tenido en la zona en décadas. Todos decían que cuando fuera mayor haría grandes cosas y me daban palmaditas en el tarro como quien tocaba a Buda cuando era chiquitín para darse suerte y hasta el vecino del primero, el que vivía solo y vestía siempre una bata de franela aunque fuera verano, me compraba caramelos de palo si los chupaba delante de él como muestra de la admiración que sentía por mi. También había malos augures sobre mi persona, porque hay gente capaz de ver lo peor de las personas y lo sueltan sin pensar en el daño que puedan causar. Pero hasta las peores predicciones sobre mi futuro, como aquella que hacía la vecina  de mi mismo rellano que por envidia pronosticaba que sería una chupapollas y suerte tendría si no acababa enterrada en un ataúd en forma de 'i' griega, podían imaginar que mi futuro se torcería sentada en la mesa de mi dormitorio mientras trataba de aprenderme los ríos de España. 

Perdiendo la vista por la ventana que daba al tragaluz, dos pisos por debajo del mío y también estudiando con los codos clavados frente a un libro, mis ojos se clavaron en el adolescente más hermoso que hubiera visto jamás. Me pareció precioso. Era tan guapo que mis bragas recibieron la primera descarga de flujo procedente de mi vagina. Tan amplia fue la oleada que pensé que me había meado encima, como si de repente hubiera vuelto a la más tierna niñez cuando aún no sabía controlar mis esfínteres. Nadie me había avisado de que esas cosas pasaban así que me quité las bragas bien avergonzada y las metí bien hondo en el cubo de la basura para que nadie las encontrara. Al día siguiente me dirigí sin pensarlo a la niña más mala de mi clase, la que había follado a los 9, dejado de fumar a los 10 y se estaba desintoxicando del pegamento imedio desde los 11. Me recibió en el lavabo del patio, donde pasaba gran parte de la jornada escolar haciendo tiempo hasta cumplir los 16 y poder abandonar el colegio sin que la detuvieran por la calle ni tener que pagar su libertad chupándole la polla al guardia urbano que apatrullaba la ciudad buscando a niños descarriados.

Ella me explicó que aquello era flujo vaginal porque me había puesto cachonda con mi vecino. Recibí la respuesta con la boca abierta y una expresión tan estúpida dibujada en mi cara que la niña, suspirando hondo, me preguntó qué parte de la frase no había entendido. Le dije que todo más o menos bien excepto "cachonda" y "flujo vaginal". Lo de "vecino" sí que lo entendía. Me explicó que al ver al vecino mi cuerpo había emitido una señal de "vamos a follar" y, aunque fuera improbable o más bien imposible, había preparado el camino para la inserción de una polla más metafísica que real. Que el flujo vaginal era el lubricante necesario para que algo se deslizara hacia mi interior. Las explicaciones, acompañadas de nombres malsonantes para nuestras partes privadas, movimientos más que explícitos y todo lujo de detalles pringosos propios de una película gore me causaron tal asco que poté en el suelo del aseo todo el bocadillo de mortadela y tres phoskitos que me acababa de zampar. Aquello no podía ser así. Aquel Ser-de-Luz tan lindo y primoroso, aquel angelote precioso no podía tener entre las piernas una serpiente que erecta como una cobra escupiría semen en mi interior."¡Que sí!" me gritaba la niña espantosa cuando ya huía, "¡que cuando pueda te follará con esa cosa!". "Que no", me decía en voz alta,"que él no puede ser así..", gimoteaba mientras me alejaba porque además tampoco sabía que significaba follar.

A partir de aquel día, de forma indisimulada, fui recolectando datos sobre mi amor platónico. Un día que iba con mi madre subimos en el ascensor con otra señora muy amable que se presentó como la nueva vecina del tercero. Mi corazón casi se me sale por la boca. Era la madre de mi angelote. Habló sobre el barrio, sobre lo bien que estaba la escalera y sobre su hijo - "ay Dios, pensé, es él" - que era tan buen estudiante y tan aplicado. Y a la sola mención de la palabra "hijo" mis bragas sufrieron un tsunami tan cálido y húmedo que temí se hiciera evidente chorreando sobre el piso del ascensor. Luego robé la placa del buzón porque contenía sus apellidos. Me tiraba horas sobre la cama, con ella agarrada al pecho, susurrando "Señores Blanco Inmaculado, señores Blanco Inmaculado" una y otra vez. Luego la volví a robar porque como se habían acabado de mudar no habían tenido tiempo de cambiar el nombre en el buzón. Lo de "Señores García Muñoz" sonaba menos cautivador pero una vez aprendido el nuevo mantra lo pronunciaba hasta caer en un éxtasis que me hacía ver visiones que riéte tu de las de Santa Teresa de Jesús. Me imaginaba corriendo sobre un prado con mi angelote agarrado de la mano, sonriendo, feliz. Las amapolas florecían y el cielo solo mostraba una nubecilla solitaria que no osaba entorpecer la luz del sol. En aquellas ensoñaciones había amor puro. Claro que a veces me dormía sin querer y los sueños verdaderos, que son traidores, me lo mostraban desnudo con una polla kilométrica y unos ojos demoníacos tratando de poseerme de no-se-bien-qué-manera. Nunca como en aquella época me vi obligada a cambiarme tantas veces de bragas por la noche.

Hacía guardia en las escaleras que conducían del cuarto al tercero. Acechaba el momento en que mi angelote apareciera por la puerta para simular un encuentro casual. Podía estar allí media hora, hasta una hora. La espera agrandaba la magia del encuentro. Ahora que lo pienso el tipo no era nada simpático. Me despachaba con un hola seco, sin mirarme, y a veces ni siquiera con eso, más bien con un gruñido entre desdeñoso y cruel. Debía pensar que yo era demasiado pequeña o que era la niña de las escaleras a semejanza de la chica de la curva. Lo cierto es que tras un mes de 'fortuitos' encuentros no había avanzado nada de nada. Ni me había dirigido la palabra ni había conseguido llamar su atención. Ni siquiera lo había podido ver bien del todo, como si ocultándome la cara me dijera a las claras que no le interesaba en absoluto. Mi madre, que no era tonta, notó que tenía algo en la cabeza y no era precisamente serrín. Por desgracia un día descubrió mis bragas mojadas y temiéndose que estuviera buscando un chico que me calmara la calentura - precisamente lo que estaba haciendo sin mucho éxito - me explicó qué debía evitar y qué debía hacer para ncaer en la tentación. Fue muy gráfica al explicarme lo que hacían los chicos con su polla y el peligro de "meterme aquello dentro" en lo referente a un embarazo no deseado. Me dijo, muy azorada, que lo mejor era que me tocara cuando la tentación era muy fuerte e hizo unos gestos con la mano en su entrepierna que me hizo sufrir una riada en la mía. Abierta la veda le pregunté qué debía hacer para satisfacer al chico. Según ella nada de penetración y solo estaba permitido hacerle una paja y como mucho, como muy mucho, chupársela sin dejar que el semen me llenara la boca. No sabía en realidad de qué estaba hablando pero no quise ir más allá en las preguntas porque la mujer estaba pasando el peor momento de su vida. Por la noche la oí gemir y lamentarse en su dormitorio y eso me hizo sentir todavía más culpable. No la había escuchado sufrir de esa manera desde que papá aún vivía con nosotras.

A la mañana siguiente, confusa, acudí a la niña mala que vivía en el lavabo de mi escuela. No se por qué lo hice, daba unos consejos de mierda. Le expliqué lo que me estaba pasando con el angelote - del cual todavía no sabía ni el nombre, solo sus apellidos - y todo lo que me había dicho mi madre. Levantó los ojos enfocándolos hacia la derecha, como si estuviera consultando un remoto archivo de su cerebro. Me lanzó que la estrategia que llevaba a cabo me estaba convirtiendo en una acosadora, nada más. Que debía ser más directa y hacer que el chico se interesara por mi de manera definitiva. No se cómo llegó a la conclusión de que debía chupársela para convertirlo en mi esclavo, y aún menos cómo llegó a convencerme. Usando el plátano que me había llevado para merendar me dió una clase práctica sobre cómo retirar la piel, lamer el champiñón y apartar la cabeza en el justo momento en que dispararía una salva de cañón. Que si le gustaba y no era gay lo haría mío. Me recomendó usar un lugar discreto para mi asalto y a falta de cualquier otro, en lugar de fingir encuentros casuales por la escalera, era mejor acorrarlarlo en el ascensor. Abandoné el lavabo sin ganas de comerme el plátano, tan machucado y mustio lo había dejado la niña. Si aquello era una metáfora de cómo le quedaría el pajarito a mi amor tras la mamada no sabía si merecería la pena hacerlo.

Pasé el siguiente mes decidiendo la estrategia a seguir. Aún soñaba con los ojos abiertos en largos paseos cogidos de las manos, mirándonos con arrobo y amor puro. Se había puesto hasta cara de niña de manga cuando lo veía, con los ojos grandes llenos de un brillo acuoso en su interior. Como si yo fuera virutas de hierro y él un poderoso imán lo seguía por la calle hasta su Instituto, olvidando que debía ir a mi propia escuela. Un día se giró y me espetó algo de malas maneras, echándome de allí. Quise decirle que quería que fuera mi novio pero su actitud me intimidó. Me paré en seco muda, temblorosa. Le vi alejarse para unirse a su grupo de amigotes que le esperaban a la puerta del colegio. Les dijo algo y luego giró su cabeza hacia mí, como si me señalara. Los chicos rieron y sus risas sólo se calmaron cuando sonó el timbre que les conminaba a entrar. Me quedé sola, petrificada. Humillada. Al cabo de unos minutos me recompuse lo suficiente para dirigir mis pasos hacia mi escuela donde en toda la jornada no hice nada más que pensar en él. Aquello no funcionaba.

Llevaba tanto tiempo pensando en aquello que cuando le acorralé en una esquina del ascensor para sacarle el pajarito y chupársela parecía que estuviera viéndome en una película, que no fuera real. Le cogí tan de improviso que en un segundo saqué su pollita por la bragueta y la llevé a mi boca tras echarle un rápido vistazo. El olor, la textura, los pelos ensortijados que escapaban por la raja de la tela para envolver la polla, todo era nuevo para mi. Imagino que también para él porque tras un segundo de desconcierto me gritó "¡¿qué haces?!", me separó de él para encerrar el pajarito de nuevo en la jaula y meterse la camisa por dentro del pantalón a toda prisa. Se abrieron las puertas del ascensor y me encontró de rodillas, pasando mi mano por debajo de mi boca para recoger la saliva, confusa y avergonzada. Mi ángel salió del habitáculo, me miró con desprecio y sin decir nada se encaminó a la puerta de su casa. Sacó la llave para abrir la puerta y dejarme con un portazo en el justo momento en que las puertas del automáticas se cerraban frente a mi. Pensé de forma inconsciente :  "¡caray, ya tiene llaves de su casa!".

La visión del prepucio juvenil, por mucho que hubiera sido un visto y no visto, llenó mi mente toda la noche. Los pocos lametones que le había dado, magnificados en mi recuerdo, llenaron mis bragas de humedad. Siguiendo los consejos de mi madre, quién lo iba a decir, me acaricié por primera vez sin sentir mucha cosa, la verdad. La culpa y el remordimiento me impedían concentrarme y mucho menos dormir. Tal vez lo había perdido para siempre, si es que alguna vez lo había tenido.Durante una semana fuimos esquivos el uno con otro. Sólo me encontré a su madre de forma casual, casual de verdad, y fue simpática conmigo como si nada hubiera pasado. O mejor dicho, como si no le hubiera contado nada. Eso me llenó de esperanza.

Una noche bajé las escaleras para tirar la basura, como hacía siempre. Se acercaba el verano y hacía calor, así que bajé en camiseta de tirantes y shorts deportivos. De repente, al cruzar el rellano del tercero noté que alguien me observaba desde la mirilla de la casa de mi angelote, al igual que siempre sentía lo mismo cuando pasaba el rellano del primero. Descendía el siguiente tramo de escaleras cuando se abrió la puerta y apareció mi amor portando también una bolsa de basura. No me atreví a girarme del todo, todavía avergonzada por lo ocurrido días antes. Llegué al contenedor, tiré la bolsa y al girarme para volver al portal me encontré de frente con él. Me miró fijamente pero no dijo nada. Lanzó su bolsa y pegado a mi espalda siguió mi caminar. Al entrar en el edificio me dijo "espera", miró a su alrededor con desconfianza y cogiéndome de la mano me llevó hasta el cuarto de los 
contadores de la luz donde una débil bombilla iluminaba nuestros rostros con tétrica luz. 

- Me llamo Pablo.
- Me llamo Eva. - dije sorprendida. 

Y cuando ya espera un beso estampado en mis labios, el primero que iba a recibir, noté que su mano colocada sobre mis hombros me empujaba hacia abajo y entonces lo comprendí todo. Podría haberme negado, pero lo deseaba tanto como él. Le bajé los shorts hasta las rodillas. Liberada de la tela, la polla erecta se ofrecía ante mis labios y no lo dudé. Apretó mi cabeza contra su cuerpo y casi me ahogo al notar que la punta de la polla alcanzaba mi garganta. Quería que marcara el ritmo de aquella manera pero me liberé del agarre para, sujetando la polla por el tronco, chupar el glande con deleite. Abandonó la compostura y apoyado en la pared cerraba los ojos mientras gemía de placer. A veces saltaba ligeramente para recordarme que tuviera cuidado con los dientes y así aprendí a envolver el glande con mi lengua, apartándolos del camino. Era una novata, lo reconozco. Mientras chupaba y lamía tenía tanta saliva en mi boca que a veces creía que se había corrido. Me encantaba verlo así, a merced del placer que quisiera darle. Se acordó entonces de que tenía tetas y adelantándose ligeramente las magreó por debajo del top que llevaba. Nunca había tenido los pezones tan erectos.

Duró muy poco. En apenas un minuto su cuerpo se sacudió como si le hubieran dado descargas eléctricas. Amablemente tuvo un hilo de voz para pedirme que me apartara y entonces, sorprendida, noté en la mano que aún agarraba su polla el flujo de semen. Tuve el tiempo justo para apartar mi boca y contemplar cómo el abundante chorro de semen abandonaba su polla para esparcirse por todas partes. Dio dos sacudidas más sin dejar de manar aquel líquido blanquecino que me recordaba al jabón del dispensador de mi lavabo. Agachó la cabeza y respiró hondo. Me incorporé. Tenía leche por todas partes : por mi cara, por mis tetas que aún no había vuelto a cubrir. 



Sonreía. Me acerqué a él, dispuesta a recibir por fin un beso de amor. Pero en lugar de eso levantó la cabeza para decirme : "recuerda, esto no ha pasado".Llegué a casa desconcertada. Mi madre me preguntó, sin desviar la cabeza del televisor, por qué había tardado tanto. Por fortuna no lo hizo, iba bañada en esperma. Me fui al lavabo y me miré en el espejo. De una guedeja de cabello caía el moco que me acababa de regalar Pablo. Toda su corrida se había quedado atrapada en mi pelo como si fuera el suavizante que empleaba cuando me duchaba. Aquel chico no me quería pero no era consciente de ello. En lugar de pensar en eso, durante los próximos días procuré hacer toda la basura que fuera posible arreglando y rearreglando mis armarios hasta la extenuación para que fuera ineludible lanzar cosas por la noche. Ropa que ya no me ponía, juguetes con los que ya nunca más jugaría....

CONTINUARÁ (O NO, DEPENDE DE TI)

jueves, 19 de septiembre de 2019

He escrito una novela erótica..."Las diez fantasías de Eva"

Pues sí, al final me decidí. Una novela erótica donde  "mi Eva" decide pasar de los Adanes que pueblan su vida y probar todas las fantasías que se le ocurren. Peor no le puede ir, eso está claro.

Disponible en Amazon en formato digital y papel, apto para todos los que quieran leer sujetando el libro con una sola mano..y si me contáis vuestras experiencias con el libro os prometo leerlas desnuda frente al ordenador...

Un extracto para abrir boca :

"Dominada

El tipo parecía simpático. Al menos por teléfono. Otra cosa era que en las distancias cortas se acobardara o no respondiera a mis expectativas. Que no eran muy altas, la verdad. Y Eva, es decir yo misma, también era muy capaz de decepcionar, para qué engañarnos.

Hablaba rápido y me hizo reir un par de veces tratándome con la familiaridad propia de un vendedor de coches pero sin faltarme al respeto. Me tranquilizó aunque habláramos de ser atada por un desconocido y follada sin piedad mientras todos mis agujeritos estaban a su merced y capricho. El hombre hablaba super cochino pero me excitaba. Ahora creo que hubiera sido mejor follar a distancia que conocerlo en persona pero tras intercambiar una docena de llamadas las barbaridades que me susurraba cargado de excitación se empezaban a repetir y ya parecía el momento de pasar a “producción”.

La fantasía suprema de aquel individuo de voz algo aflautada era atar a una mujer desnuda a la cama, bien abierta de piernas, y obligarla a hacer de todo sin por supuesto permitirle emplear sus manos. Incapaz de oponer resistencia se vería obligada a chupar, a ser follada y a ser magreada. Mi fantasía coincidía con la suya. En mi caso añadía tener los ojos vendados pero al final lo descarté porque quería ver lo que me hacía. Iba a ser voyeur de mi misma.

Llamó al timbre del telefonillo a eso de las seis de la tarde. Reconocí de inmediato su voz. Aunque le abrí la puerta me entraron de repente todos los miedos. Esperaba a alguien idealizado : limpio, educado, seductor, guapo. Alguien que sabía que solo existía en mis fantasías. Cuando el ascensor alcanzó el rellano ya solo esperaba que no fuera un loco cubierto con una máscara de jugador de hoquei y una motosierra en marcha.

Me puse seductora con un conjunto super mono de braguita y sostén de encaje negro, todo ello cubierto con una bata que parecía un kimono con estampados orientales de pagodas, ositos panda y bosques de bambú. Ya sabía que no iba a durar mucho tiempo sobre mi pero lo hice para mi propio disfrute. Los mandriles no disfrutan de esas cosas.

El tal Carlos no era demasiado alto. Si acaso un poco más que yo, aunque yo no soy gran cosa. Delgado y algo nervioso se peinaba de una manera extraña de manera que se le había formado un kiki, una especie de ridícula cresta, en la coronilla. Casi me echo a reír cuando me di cuenta que estaba a punto de joder con el pájaro carpintero.

Se presentó brevemente y me dio dos besos mientras con una mano golpeaba la puerta para que se cerrara tras nosotros. Ahora estaba a solas con él y eso me intranquilizó un poquito. Por fortuna era un hombre extrovertido y hablando de muchas cosas y de nada en particular se calmaba y me calmaba. En un raro silencio puso sus manos sobre mis hombros, me miró detenidamente y me dijo con voz grave, demostrando que ahora hablaba en serio, que era guapísima.

Agradeciéndole el cumplido le hice pasar. No me resultaba demasiado atractivo pero tenía cierta gracia y yo por un buen chiste soy capaz de ofrecer mi cuerpo. Soy así de divertida.

Le senté en el sofá para ofrecerle algo de beber. No quiso tomar nada lo cual me fastidió porque había preparado dos chupitos de Hierbas de Ibiza que me vi obligada a tomar consecutivamente, Con el primero me di valor, y eso fue bueno, pero con el segundo me achispé ligeramente de manera que empecé a bajar la guardia. Ups y el kimono se abrió de manera casual para enseñar mis piernas hasta mucho más allá del punto en que se podían llamar así. Ups otra vez y el kimono se desbarató para enseñar el precioso sujetador. Carlos parecía tenso, incómodo. Sentado al borde del sofá parecía una ardilla a la que han pegado el culo a la tela. ¿Sería que no le gustaba a pesar de lo declarado en el recibidor? ¿Sería tal vez la luz del comedor la que le había mostrado mi decepcionante realidad? Podría haber corrido las cortinas pero no quería ser la Belleza de las Penumbras. O me quería tal como era o no valía la pena que me atara a la cama. Le estaba recordando una conversación muy cochina que habíamos mantenido la semana anterior cuando me cortó de una manera un tanto grosera :

  • ¿Sabes si los controladores de la ORA pasan a menudo? Es que he dejado el coche sin el tiquet en la zona azul y estoy nervioso. Es que no soy de este barrio, no se cómo se las gastan aquí.

La sorpresa me hizo tartamudear la respuesta. No, no lo sabía. Mi coche, que utilizaba muy de tanto en tanto, permanecía guardado en un garaje comunitario y no tenía experiencia al respecto. ¿Cuánto tiempo pensaba tenerme atada si no había pagado el tiquet? ¿Iría rápido para que la grua municipal no se llevara el vehículo? Le expuse mis dudas sobre la seriedad de su propuesta. Follarme atada requería cierto tiempo, a menos que fuera un conejo o un eyaculador precoz. Se rió con ganas. “Carlos”, dijo como si hablara de un tercero, “nunca paga la zona azul. Es un abuso que no estaba dispuesto a consentir”. Me aseguró que no debía preocuparme, que él era un “artista”, un profesional entregado a la causa, y dicho esto le agarré por la mano para conducirle al dormitorio. Ya estaba harta de tanta cháchara.



Me ató a la cama sin quitarme ni las braguitas ni el sujetador. Para ello extrajo del bolsillo interior de la america cuatro corbatas a cual más fea. Me ligó a las patas del somier con lazadas suaves que no me lastimaban las muñecas y los tobillos. Podría haberme liberado con muy poco esfuerzo pero aún así me intranquilicé. No dejaba de ser un desconocido dejándome sin defensa alguna. Me imaginé viéndome desde las alturas de la habitación, dibujando una equis sobre la cama bien abierta de piernas y de brazos. Por suerte aún me cubría la ropa interior...pero no por mucho tiempo. El pájaro carpintero me desprendió el sujetador y luego cortó mis preciosas braguitas con unas tijeritas que había sacado de un pequeño neceser que portaba en el otro bolsillo interior de la americana. Me miró un largo rato entre las piernas, sin dejar de alabar mi belleza. Giré la cara, tal y como solía hacer en mi ginecólogo. En parte por vergüenza, en parte para que la lágrima que me había provocado al destrozar mi ropa interior rodara hacia la almohada.

  • ¿Y ahora..?

Pregunté para romper el embobamiento con que me miraba el conejito. Sentado en el borde la cama tendió la mano hacia mi entrepierna y rozando con delicadeza los labios me dijo que tenía que afeitarme, que tenía algunos pelitos. Estuve a punto de gritar, “¿cómo?, ¿qué?” llena de indignación. Hacía dos días que me habían depilado en mi peluquería habitual y a la cera. Entonces comprendí que aquello formaba parte de un ritual porque del mismo neceser de donde había sacado las tijeras extrajo una maquinilla de afeitar de mujer y un poco de crema. Tuviera el felpudo bien poblado o rapado al cero intuí que el proceso hubiera sido el mismo. En cualquier caso no estaba en condiciones de negarme.

Se untó los dedos con la crema y me untó a conciencia. Me puso a mil el muy cabrón. Luego con suma delicadeza fue afeitándome el pubis – y sin esfuerzo, todo sea dicho – para acabar de esquilarme repasando con meticulosa dedicación cada pliegue de mis labios. Para entonces estaba tan mojada que sus dedos resbalaban cada vez que intentaba abrir los espacios para sujetar la carne persiguiendo el inexistente vello. Parecía no importarle. No cesaba en su empeño, pinzando con dos dedos, abriendo con otros dos, una y otra vez, por mucho que escaparan por la lubricación. Menudo magreo que sufrió la madriguera de mi conejito. Cuando llegó al clítoris me tuvo que pedir que dejara de menear la pelvis o me haría un corte de forma accidental.

Respiraba de forma entrecortada y su aparente indiferencia por todo lo que no fuera el afeitado me estaba volviendo loca. Luego fue al aseo, agarró una toalla y con premeditada calma fue retirando los restos del jabón de afeitar. Con el pico de la toalla limpió los alrededores del clítoris, los pliegues más escondidos y hasta el canal del placer. Era una operación innecesaria pero tan placentera que me corrí como si me hubiera follado durante horas. Miré hacia abajo y el coño escupía agua como si fuera una fuente.

Cuando pensé que ya había terminado la placentera tortura aflojó la corbata de la mano derecha. Como si temiera que fuera a escapar, la volvió a atar a la pata izquierda de la cama para retirar entonces la otra atadura que llevó al extremo contrario. Quedé en una posición extraña e incómoda hasta que repitió la maniobra con las corbatas que ligaban mis tobillos. Ya totalmente boca abajo, Carlos cogió un cojín del sofá y lo colocó bajo mis caderas. Así mostraba mi bollito desde atrás, bien destacado. Volvió a decir que tenía pelitos allí abajo. Mentira cochina pero no me indigné. Desde luego que no. Extendió la crema de afeitar sin importarle mi estremecimiento. Con el mismo cuidado, con la misma delicadeza, fue afeitándome por detrás hasta perfilar el contorno del ano. Para entonces ya estaba suplicándole que se desnudara, que me follara, que me la metiera hasta el fondo, que me jodiera como una perra. No olvidé ninguna palabra gruesa ni mención vulgar a su sexo y el mío. En lugar de eso me dio de nuevo la vuelta asegurándose que estaba bien atada. Del arsenal de placer interminable que portaba en la americana surgió una pluma de ave. Con ella empezó a acariciarme los brazos, el interior de los muslos. Rodeó mis pezones hasta ponerlos duros y luego la bajó para recorrer con premeditada maldad las inglés y el pubis evitando a pesar de mis súplicas tocar el clítoris.

El muy hijo de puta silenciaba mis demandas para ser follada con nuevas torturas que empeoraban mi situación. Llegué a pedir entre lágrimas que me liberara al menos una mano para poder machacarme el coño. En aquella posición podría haber sido follada sin compasión pero en lugar de eso estaba padeciendo una cruel castidad. Tras una hora de juegos el tormento pareció llegar a su fin. Se empezó a quitar la ropa hasta quedar desnudo. Arqueé la espalda y me abrí tanto como pude para que la visión del rosa de mi sexo le impidiera echarse atrás. Deseaba ser embestida de forma salvaje. Me había quedado ronca de tanto implorar que me penetrara. Ya no me importaba, si es que alguna vez lo había hecho, que no fuera atractivo, o que su pene no fuera lo grande que me había prometido. Se acercó a la cabecera de la cama y me lo tendió, con la piel retirada, para que se la mamara. Me hizo daño el cuello de tanto estirar la cabeza para alcanzarla. Apenas la podía lamer con la lengua bien estirada. Lloraba por la desesperación. Subió a la cama y se puso de rodillas entre mis piernas. Traté de atraparlo con mis rodillas pero no pude cerrarlas lo suficiente. Entonces me anunció que ya venía. No comprendí pero fue una ignorancia pasajera. Un chorro caliente empezó a mojarme el sexo y la orina, que ahora se esparcía desde allá abajo hasta mis pechos, se extendió por el lecho. Me volteó de nuevo y empezó a orinar de nuevo sobre mi bollito, estirado totalmente sobre mi cuerpo sin que quedara ni un milímetro de espacio entre nosotros. Podría decir que me sentía humillada y sucia pero no era cierto. El potente y caliente chorro, enchufado directamente sobre mi placer, me hizo correrme una y otra vez. Fue bestial.

Me costó tiempo desprenderme del olor a meados y también en recuperarme de los setecientos euros que me costó el colchón nuevo. Nunca más pude volver a contactar con Carlos, aquel maestro del sexo con el que nunca practiqué el sexo. Me había prometido magreos y abusar de todos mis agujeros pero nada de eso ocurrió. Lo que pasó fue en realidad mucho mejor. Sí, fue una lástima que no me volviera a coger el teléfono, me hubiera gustado repetir..."

Consultorio sexológico Anaïs Berrocal

Desde que publico relatos en Internet he recibido muchos correos de personas que me exponen algún problema sexual para que en mi condic...