No todos los relatos que escribo son aceptados por las webs especializadas que habitualmente sí me los publican. En algunos casos los rechazan porque son demasiado pornográficos. Es lo que le ha ocurrido a "La venganza de Eva". Voy a ir publicándolo a capítulos en mi propio blog para que lo disfrutéis ! *
* sólo si os gusta, comentadlo si es así para que vaya publicando el resto !!!!
LA VENGANZA DE EVA
De pequeña era una monada, con la cara llena de pecas, el cabello largo recogido en dos moños grandes y unos ojos grandes como platos. Aparte de mis atributos físicos era lístísima, pero no una inteligencia de libros y estudios, más bien una inteligencia espabilada, como la que tienen los brokers de Bolsa, los presidentes de equipos de fútbol y la langosta que asola el Sahel cuando grana la única cosecha buena que han tenido en la zona en décadas. Todos decían que cuando fuera mayor haría grandes cosas y me daban palmaditas en el tarro como quien tocaba a Buda cuando era chiquitín para darse suerte y hasta el vecino del primero, el que vivía solo y vestía siempre una bata de franela aunque fuera verano, me compraba caramelos de palo si los chupaba delante de él como muestra de la admiración que sentía por mi. También había malos augures sobre mi persona, porque hay gente capaz de ver lo peor de las personas y lo sueltan sin pensar en el daño que puedan causar. Pero hasta las peores predicciones sobre mi futuro, como aquella que hacía la vecina de mi mismo rellano que por envidia pronosticaba que sería una chupapollas y suerte tendría si no acababa enterrada en un ataúd en forma de 'i' griega, podían imaginar que mi futuro se torcería sentada en la mesa de mi dormitorio mientras trataba de aprenderme los ríos de España.
Perdiendo la vista por la ventana que daba al tragaluz, dos pisos por debajo del mío y también estudiando con los codos clavados frente a un libro, mis ojos se clavaron en el adolescente más hermoso que hubiera visto jamás. Me pareció precioso. Era tan guapo que mis bragas recibieron la primera descarga de flujo procedente de mi vagina. Tan amplia fue la oleada que pensé que me había meado encima, como si de repente hubiera vuelto a la más tierna niñez cuando aún no sabía controlar mis esfínteres. Nadie me había avisado de que esas cosas pasaban así que me quité las bragas bien avergonzada y las metí bien hondo en el cubo de la basura para que nadie las encontrara. Al día siguiente me dirigí sin pensarlo a la niña más mala de mi clase, la que había follado a los 9, dejado de fumar a los 10 y se estaba desintoxicando del pegamento imedio desde los 11. Me recibió en el lavabo del patio, donde pasaba gran parte de la jornada escolar haciendo tiempo hasta cumplir los 16 y poder abandonar el colegio sin que la detuvieran por la calle ni tener que pagar su libertad chupándole la polla al guardia urbano que apatrullaba la ciudad buscando a niños descarriados.
Ella me explicó que aquello era flujo vaginal porque me había puesto cachonda con mi vecino. Recibí la respuesta con la boca abierta y una expresión tan estúpida dibujada en mi cara que la niña, suspirando hondo, me preguntó qué parte de la frase no había entendido. Le dije que todo más o menos bien excepto "cachonda" y "flujo vaginal". Lo de "vecino" sí que lo entendía. Me explicó que al ver al vecino mi cuerpo había emitido una señal de "vamos a follar" y, aunque fuera improbable o más bien imposible, había preparado el camino para la inserción de una polla más metafísica que real. Que el flujo vaginal era el lubricante necesario para que algo se deslizara hacia mi interior. Las explicaciones, acompañadas de nombres malsonantes para nuestras partes privadas, movimientos más que explícitos y todo lujo de detalles pringosos propios de una película gore me causaron tal asco que poté en el suelo del aseo todo el bocadillo de mortadela y tres phoskitos que me acababa de zampar. Aquello no podía ser así. Aquel Ser-de-Luz tan lindo y primoroso, aquel angelote precioso no podía tener entre las piernas una serpiente que erecta como una cobra escupiría semen en mi interior."¡Que sí!" me gritaba la niña espantosa cuando ya huía, "¡que cuando pueda te follará con esa cosa!". "Que no", me decía en voz alta,"que él no puede ser así..", gimoteaba mientras me alejaba porque además tampoco sabía que significaba follar.
A partir de aquel día, de forma indisimulada, fui recolectando datos sobre mi amor platónico. Un día que iba con mi madre subimos en el ascensor con otra señora muy amable que se presentó como la nueva vecina del tercero. Mi corazón casi se me sale por la boca. Era la madre de mi angelote. Habló sobre el barrio, sobre lo bien que estaba la escalera y sobre su hijo - "ay Dios, pensé, es él" - que era tan buen estudiante y tan aplicado. Y a la sola mención de la palabra "hijo" mis bragas sufrieron un tsunami tan cálido y húmedo que temí se hiciera evidente chorreando sobre el piso del ascensor. Luego robé la placa del buzón porque contenía sus apellidos. Me tiraba horas sobre la cama, con ella agarrada al pecho, susurrando "Señores Blanco Inmaculado, señores Blanco Inmaculado" una y otra vez. Luego la volví a robar porque como se habían acabado de mudar no habían tenido tiempo de cambiar el nombre en el buzón. Lo de "Señores García Muñoz" sonaba menos cautivador pero una vez aprendido el nuevo mantra lo pronunciaba hasta caer en un éxtasis que me hacía ver visiones que riéte tu de las de Santa Teresa de Jesús. Me imaginaba corriendo sobre un prado con mi angelote agarrado de la mano, sonriendo, feliz. Las amapolas florecían y el cielo solo mostraba una nubecilla solitaria que no osaba entorpecer la luz del sol. En aquellas ensoñaciones había amor puro. Claro que a veces me dormía sin querer y los sueños verdaderos, que son traidores, me lo mostraban desnudo con una polla kilométrica y unos ojos demoníacos tratando de poseerme de no-se-bien-qué-manera. Nunca como en aquella época me vi obligada a cambiarme tantas veces de bragas por la noche.
Hacía guardia en las escaleras que conducían del cuarto al tercero. Acechaba el momento en que mi angelote apareciera por la puerta para simular un encuentro casual. Podía estar allí media hora, hasta una hora. La espera agrandaba la magia del encuentro. Ahora que lo pienso el tipo no era nada simpático. Me despachaba con un hola seco, sin mirarme, y a veces ni siquiera con eso, más bien con un gruñido entre desdeñoso y cruel. Debía pensar que yo era demasiado pequeña o que era la niña de las escaleras a semejanza de la chica de la curva. Lo cierto es que tras un mes de 'fortuitos' encuentros no había avanzado nada de nada. Ni me había dirigido la palabra ni había conseguido llamar su atención. Ni siquiera lo había podido ver bien del todo, como si ocultándome la cara me dijera a las claras que no le interesaba en absoluto. Mi madre, que no era tonta, notó que tenía algo en la cabeza y no era precisamente serrín. Por desgracia un día descubrió mis bragas mojadas y temiéndose que estuviera buscando un chico que me calmara la calentura - precisamente lo que estaba haciendo sin mucho éxito - me explicó qué debía evitar y qué debía hacer para ncaer en la tentación. Fue muy gráfica al explicarme lo que hacían los chicos con su polla y el peligro de "meterme aquello dentro" en lo referente a un embarazo no deseado. Me dijo, muy azorada, que lo mejor era que me tocara cuando la tentación era muy fuerte e hizo unos gestos con la mano en su entrepierna que me hizo sufrir una riada en la mía. Abierta la veda le pregunté qué debía hacer para satisfacer al chico. Según ella nada de penetración y solo estaba permitido hacerle una paja y como mucho, como muy mucho, chupársela sin dejar que el semen me llenara la boca. No sabía en realidad de qué estaba hablando pero no quise ir más allá en las preguntas porque la mujer estaba pasando el peor momento de su vida. Por la noche la oí gemir y lamentarse en su dormitorio y eso me hizo sentir todavía más culpable. No la había escuchado sufrir de esa manera desde que papá aún vivía con nosotras.
A la mañana siguiente, confusa, acudí a la niña mala que vivía en el lavabo de mi escuela. No se por qué lo hice, daba unos consejos de mierda. Le expliqué lo que me estaba pasando con el angelote - del cual todavía no sabía ni el nombre, solo sus apellidos - y todo lo que me había dicho mi madre. Levantó los ojos enfocándolos hacia la derecha, como si estuviera consultando un remoto archivo de su cerebro. Me lanzó que la estrategia que llevaba a cabo me estaba convirtiendo en una acosadora, nada más. Que debía ser más directa y hacer que el chico se interesara por mi de manera definitiva. No se cómo llegó a la conclusión de que debía chupársela para convertirlo en mi esclavo, y aún menos cómo llegó a convencerme. Usando el plátano que me había llevado para merendar me dió una clase práctica sobre cómo retirar la piel, lamer el champiñón y apartar la cabeza en el justo momento en que dispararía una salva de cañón. Que si le gustaba y no era gay lo haría mío. Me recomendó usar un lugar discreto para mi asalto y a falta de cualquier otro, en lugar de fingir encuentros casuales por la escalera, era mejor acorrarlarlo en el ascensor. Abandoné el lavabo sin ganas de comerme el plátano, tan machucado y mustio lo había dejado la niña. Si aquello era una metáfora de cómo le quedaría el pajarito a mi amor tras la mamada no sabía si merecería la pena hacerlo.
Pasé el siguiente mes decidiendo la estrategia a seguir. Aún soñaba con los ojos abiertos en largos paseos cogidos de las manos, mirándonos con arrobo y amor puro. Se había puesto hasta cara de niña de manga cuando lo veía, con los ojos grandes llenos de un brillo acuoso en su interior. Como si yo fuera virutas de hierro y él un poderoso imán lo seguía por la calle hasta su Instituto, olvidando que debía ir a mi propia escuela. Un día se giró y me espetó algo de malas maneras, echándome de allí. Quise decirle que quería que fuera mi novio pero su actitud me intimidó. Me paré en seco muda, temblorosa. Le vi alejarse para unirse a su grupo de amigotes que le esperaban a la puerta del colegio. Les dijo algo y luego giró su cabeza hacia mí, como si me señalara. Los chicos rieron y sus risas sólo se calmaron cuando sonó el timbre que les conminaba a entrar. Me quedé sola, petrificada. Humillada. Al cabo de unos minutos me recompuse lo suficiente para dirigir mis pasos hacia mi escuela donde en toda la jornada no hice nada más que pensar en él. Aquello no funcionaba.
Llevaba tanto tiempo pensando en aquello que cuando le acorralé en una esquina del ascensor para sacarle el pajarito y chupársela parecía que estuviera viéndome en una película, que no fuera real. Le cogí tan de improviso que en un segundo saqué su pollita por la bragueta y la llevé a mi boca tras echarle un rápido vistazo. El olor, la textura, los pelos ensortijados que escapaban por la raja de la tela para envolver la polla, todo era nuevo para mi. Imagino que también para él porque tras un segundo de desconcierto me gritó "¡¿qué haces?!", me separó de él para encerrar el pajarito de nuevo en la jaula y meterse la camisa por dentro del pantalón a toda prisa. Se abrieron las puertas del ascensor y me encontró de rodillas, pasando mi mano por debajo de mi boca para recoger la saliva, confusa y avergonzada. Mi ángel salió del habitáculo, me miró con desprecio y sin decir nada se encaminó a la puerta de su casa. Sacó la llave para abrir la puerta y dejarme con un portazo en el justo momento en que las puertas del automáticas se cerraban frente a mi. Pensé de forma inconsciente : "¡caray, ya tiene llaves de su casa!".
La visión del prepucio juvenil, por mucho que hubiera sido un visto y no visto, llenó mi mente toda la noche. Los pocos lametones que le había dado, magnificados en mi recuerdo, llenaron mis bragas de humedad. Siguiendo los consejos de mi madre, quién lo iba a decir, me acaricié por primera vez sin sentir mucha cosa, la verdad. La culpa y el remordimiento me impedían concentrarme y mucho menos dormir. Tal vez lo había perdido para siempre, si es que alguna vez lo había tenido.Durante una semana fuimos esquivos el uno con otro. Sólo me encontré a su madre de forma casual, casual de verdad, y fue simpática conmigo como si nada hubiera pasado. O mejor dicho, como si no le hubiera contado nada. Eso me llenó de esperanza.
Una noche bajé las escaleras para tirar la basura, como hacía siempre. Se acercaba el verano y hacía calor, así que bajé en camiseta de tirantes y shorts deportivos. De repente, al cruzar el rellano del tercero noté que alguien me observaba desde la mirilla de la casa de mi angelote, al igual que siempre sentía lo mismo cuando pasaba el rellano del primero. Descendía el siguiente tramo de escaleras cuando se abrió la puerta y apareció mi amor portando también una bolsa de basura. No me atreví a girarme del todo, todavía avergonzada por lo ocurrido días antes. Llegué al contenedor, tiré la bolsa y al girarme para volver al portal me encontré de frente con él. Me miró fijamente pero no dijo nada. Lanzó su bolsa y pegado a mi espalda siguió mi caminar. Al entrar en el edificio me dijo "espera", miró a su alrededor con desconfianza y cogiéndome de la mano me llevó hasta el cuarto de los
contadores de la luz donde una débil bombilla iluminaba nuestros rostros con tétrica luz.
- Me llamo Pablo.
- Me llamo Eva. - dije sorprendida.
Y cuando ya espera un beso estampado en mis labios, el primero que iba a recibir, noté que su mano colocada sobre mis hombros me empujaba hacia abajo y entonces lo comprendí todo. Podría haberme negado, pero lo deseaba tanto como él. Le bajé los shorts hasta las rodillas. Liberada de la tela, la polla erecta se ofrecía ante mis labios y no lo dudé. Apretó mi cabeza contra su cuerpo y casi me ahogo al notar que la punta de la polla alcanzaba mi garganta. Quería que marcara el ritmo de aquella manera pero me liberé del agarre para, sujetando la polla por el tronco, chupar el glande con deleite. Abandonó la compostura y apoyado en la pared cerraba los ojos mientras gemía de placer. A veces saltaba ligeramente para recordarme que tuviera cuidado con los dientes y así aprendí a envolver el glande con mi lengua, apartándolos del camino. Era una novata, lo reconozco. Mientras chupaba y lamía tenía tanta saliva en mi boca que a veces creía que se había corrido. Me encantaba verlo así, a merced del placer que quisiera darle. Se acordó entonces de que tenía tetas y adelantándose ligeramente las magreó por debajo del top que llevaba. Nunca había tenido los pezones tan erectos.
Duró muy poco. En apenas un minuto su cuerpo se sacudió como si le hubieran dado descargas eléctricas. Amablemente tuvo un hilo de voz para pedirme que me apartara y entonces, sorprendida, noté en la mano que aún agarraba su polla el flujo de semen. Tuve el tiempo justo para apartar mi boca y contemplar cómo el abundante chorro de semen abandonaba su polla para esparcirse por todas partes. Dio dos sacudidas más sin dejar de manar aquel líquido blanquecino que me recordaba al jabón del dispensador de mi lavabo. Agachó la cabeza y respiró hondo. Me incorporé. Tenía leche por todas partes : por mi cara, por mis tetas que aún no había vuelto a cubrir.
Sonreía. Me acerqué a él, dispuesta a recibir por fin un beso de amor. Pero en lugar de eso levantó la cabeza para decirme : "recuerda, esto no ha pasado".Llegué a casa desconcertada. Mi madre me preguntó, sin desviar la cabeza del televisor, por qué había tardado tanto. Por fortuna no lo hizo, iba bañada en esperma. Me fui al lavabo y me miré en el espejo. De una guedeja de cabello caía el moco que me acababa de regalar Pablo. Toda su corrida se había quedado atrapada en mi pelo como si fuera el suavizante que empleaba cuando me duchaba. Aquel chico no me quería pero no era consciente de ello. En lugar de pensar en eso, durante los próximos días procuré hacer toda la basura que fuera posible arreglando y rearreglando mis armarios hasta la extenuación para que fuera ineludible lanzar cosas por la noche. Ropa que ya no me ponía, juguetes con los que ya nunca más jugaría....
CONTINUARÁ (O NO, DEPENDE DE TI)


